Exterior de la cada el día después de la entrada de la policía La casa poco después de la entrada de la policía en 1947. Original Ascent of a Pyramid
Habían pasado casi 40 años desde que en 1909 el Doctor Herman Collyer Collyer se mudara con su familia Harlem. Habían comprado una 'brownstone' de cuatro plantas en los que entonces un barrio blanco en el que se estaban instalando algunas de las familias más adineradas de Nueva York. A los Collyer tampoco les iban mal las cosas, el padre de Herman había sido uno de los mayores constructores de barcos del río Hudson, él era un reputado ginecólogo que trabajaba en el hospital de Bellevue y su mujer, Susie Gage Frost, había sido cantante de ópera.
Supuestamente, los Collyer descendían de la familia Livingston, una antigua y acaudalada estirpe neoyorquina de la que se tiene constancia desde el siglo XVII, y que había llegado en barco a la entonces colonia holandesa desde Inglaterra justo una semana después que el Mayflower.
La pareja había tenido una hija, Susan, que murió aún siendo niña en 1880. Un año después de su muerte, había nacido su segundo hijo, Homer y cinco años más tarde, Langley. Los dos hermanos estudiaron en la Universidad de Columbia. Homer se licenció en Derecho Marítimo y Langley en ingeniería mecánica y química.
Los Collyer eran una familia más de Harlem, con algunas rarezas, pero que no parecían tener la menor importancia. En 1917 habían dado de baja el teléfono acusando a la compañía de cobrarles llamadas de larga distancia que no habían hecho. También era habitual que el doctor Collyer bajara remando en su propia piragua por el río Este cuando le llamaban del hospital de la isla de Blackwell.
Sin embargo, sería en 1919 cuando la vida de la familia cambiaría. Según parece, el doctor decidió abandonar a la familia. Se desconocen los motivos de su marcha y algunas fuentes afirman que no fue una separación, sino que su mujer se fue con él. En cualquier caso, los hermanos, Homer y Langley, en aquel entonces de 34 y 38 años de edad, siguieron viviendo en la casa familiar de Harlem.
En 1928, esta vez por falta de pago, les cortaron el gas y la electricidad. Aunque Langley intentó generar su propia electricidad, sus intentos de generar electricidad con un Ford T no fructificaron, aunque Langley decía que sí, por lo que los hermanos a partir de entonces vivieron sin calefacción ni agua caliente. Pasando a utilizar queroseno para cocinar, iluminarse y calentarse.
El padre murió en 1923 y la madre en 1929. En ese momento, los hermanos heredaron todas las posesiones de la familia y decidieron llevar todas esas posesiones a su casa de Harlem. Mientras Homer seguía ejerciendo como abogado, Langley se ganaba la vida como concertista de piano, llegando a tocar en una ocasión en el Carnegie Hall.
Para entonces, lo que cuando llegaron era un pujante vecindario blanco se había ido convirtiendo en un barrio negro de clase baja. La mayoría de las familias blancas que habían llegado con los Collyer se habían marchado. Los hermanos, sin embargo, se quedaron, aunque a medida que la delincuencia y el vandalismo se adueñaban del barrio más se apartaban del mundo y se recluían en su casa.
La mayoría de fuentes sitúan en 1932 la última aparición pública de Homer. Justo un año después, un derrame cerebral le causó hemorragias en ambos ojos y se quedó ciego. A partir de ese momento, Langley se dedicó a cuidarlo. Los hermanos decidieron no seguir los consejos de los médicos. “Somos hijos de médico y tenemos una biblioteca con más de 15.000 libros de medicina”, al parecer explicaba Langley. Langley sometió a su hermano a una dieta especial combinada con descanso que según él le ayudaría a recuperar la visión. Cien naranjas a la semana, pan integral y mantequilla de cacahuete, y para ayudar a descansar a los ojos, los tendría que mantener cerrados a todas horas.
Después de la pérdida de visión de Homer, Langley comenzó a guardar y a acumular los periódicos de la ciudad con la intención de que el día que Homer recuperara la visión, se pudiera poner al día. La salud de Homer, sin embargo, no se recuperaría y, más tarde, a causa del reumatismo que sufría, quedó casi paralítico.
Ese mismo año, poco antes de quedarse ciego, Homer había comprado el edificio del otro lado de calle para construir un bloque de apartamentos. Sin embargo, después de perder la visión, los hermanos abandonaron los planes que tenían y, a al no pagar los impuestos, el edificio acabó pasando a la ciudad de Nueva York. Langley protestó la decisión porque no la entendía, si no contaban con ningún tipo de ingreso porque tenían que pagar impuestos.
Fue también durante estos años, que Langley comenzó deambular de noche por las calles. Primero, salía a buscar agua a una fuente que estaba unas manzanas más debajo de la casa y luego recorría la ciudad tirando de una caja de cartón. Buscaba comida en los cubos de basura o le pedía a algún comerciante amable la comida que iba a tirar. Extrañamente, en ocasiones, Langley recorría grandes distancias sólo para que le dieran una barra de pan duro, había veces que había llegado a caminar hasta Brooklyn en busca de pan. Sin embargo, eran muy pocas las ocasiones en las que se aventuraba dentro de una licorería, y sólo para comprar whisky con “fines medicinales”. Langley también aprovechaba sus salidas nocturnas para recoger y llevar a su “refugio” todo aquello que le parecía de utilidad.
Contrariamente a lo que se pudiera pensar y a pesar de su enorme actividad nocturna, eran pocas las ocasiones en las que alguien veía a Langley. Los hermanos vivieron a su modo sin que nadie les molestara hasta 1938, cuando aparecieron en los periódicos por primera vez. Fue a raíz de que Maurice Gruber, un agente inmobiliario interesado en comprar una de las propiedades de los hermanos en Queens, no recibiera ninguna respuesta a sus cartas y no consiguiera que le abrieran la puerta ninguna de las veces que fue a hablar con ellos en persona. Helen Worden del World Telegram se hizo eco de la historia y de los rumores de los vecinos que sostenían que detrás de aquella descuidada fachada se escondía el lujo y la riqueza.
Según Worden, la reportera del periódico, había alfombras orientales, antigüedades, libros y montones de dinero que los hermanos no querían guardar en ningún banco. La reportera además contactó un Charles Collyer, un primo lejano, que no dudó en posar en los escalones de la entrada y expresar su temor de que su primo Homer podría estar muerto.
Una noche, la reportera, que estaba haciendo guardia delante de la puerta de la casa de los Collyer, asaltó a Langley cuando este salía a hacer una de sus rondas nocturnas con un “Buenas noches, señor Collyer. Sus vecinos me han dicho que guarda una piragua en el desván y un Ford T en el sótano”. “Sí y no”, respondió Langley. El mayor de los hermanos explicó que tanto el coche como el bote eran de su padre y le explicó el uso que su padre había dado al bote. “No tenemos teléfono y hemos dejado de abrir el correo. No puedes imaginarte lo libre que nos sentimos”. Cuando la periodista le preguntó por su atuendo dijo que no podía ir vestido de otra manera porque le atracarían.
Posteriormente, otro reportero describió a Langley como un hombre con apariencia fantasmagórica. Amigo de pasear por cementerios y de no salir de casa hasta la medianoche. El periodista afirmaba que tenía un hermano al que nadie había visto desde hacía siglos y que todos suponían muerto, aunque jamás había tenido un funeral.
Pasado un tiempo, Langley culpó a la publicación de estos dos artículos de ser los causantes de casi todos sus males. Según él, lo único que pretendían, él y su hermano, era vivir sin ser molestados. ¿Por qué vivían como reclusos? Eso era sólo asunto suyo, de los dos hermanos, pero de nadie más. Desde luego que algo de razón tenía. La publicación de los artículos los sometió al escrutinio público y los convirtió en personajes misteriosos y populares acabando con su tan preciada tranquilidad. Se dice que a partir de entonces no pararon de sufrir el incordio de vecinos entrometidos que picaban a la puerta o que los niños del barrio convirtieron en un hábito tirar piedras a las ventanas de la casa.
También, fueron varias las veces que los ladrones intentaron entrar en la casa atraídos por las supuestas riquezas que, según la prensa, los hermanos escondían en su interior. Mientras, reporteros sensacionalistas seguían entrevistando a familiares obscuros y lejanos de los dos hermanos, que en la misma puerta que Charles posó expresaban su preocupación por sus dos parientes.
A medida que el miedo de los hermanos crecía, también lo hacía su nivel de excentricidad y comenzaron a obsesionarse con la idea de que alguien entrara en la casa. En un primer momento, harto de gastar dinero en cambiar cristales, Langley tapió las ventanas con tablas. Aunque se sabe poco de la vida de los hermanos antes de 1938, algunos periódicos afirman que, si bien la casa tenía un aspecto tenebroso y descuidado, fue a partir de ese año cuando Langley comenzó a construir en el interior de la casa un laberinto con cajas llenas de basura.
Langley aplicó sus conocimientos de ingeniera para colocar cajas llenas de papeles o basura de forma entrelazada y ocultar entre ellas túneles que permitían pasar de una habitación a otra. Langley conocía su laberinto, pero cualquier otra persona hubiera tenido que retirar toda la “barricada” para poder pasar. Además, y por si esto fuera poco, Langley colocó varias trampas caseras en estos pasadizos, de manera que si algún intruso no deseado tropezaba con un cable se provocara un “alud” de papeles y cajas.
Los hermanos volvieron a atraer la atención de los medios en 1942, cuando dejaron de pagar la hipoteca de la casa. Al no cumplir con sus pagos, el banco comenzó el procedimiento de desahucio, enviando una cuadrilla de limpieza. Langley recibió a los limpiadores a gritos, instando a los vecinos a llamar a la policía. Cuando los agentes llegaron e intentaron entrar en la casa tirando la puerta abajo, vieron que un montón de basura les impedía adentrarse en la casa, un montón que llegaba desde el suelo hasta el techo.
En ese mismo instante, sin mediar palabra, Langley extendió un cheque de 6.700 dólares (el equivalente a unos 88.000 actuales) con el que cancelaba la hipoteca y ordenó a todos que abandonaran su casa mientras él se volvía a su refugio.
Pasarían unos años hasta que el 21 de marzo de 1947 a las 8.53 de la mañana la policía recibió una llamada anónima informando que en la casa de los Collyer había el cadáver de un hombre muerto. No tardó en acercarse una patrulla. Ante la imposibilidad de forzar la puerta de entrada, la policía tuvo que sacarla de sus goznes. Cuando finalmente pudieron entrar se volvieron a topar con el muro de cajas basura, periódicos, hierros y trastos diversos que les impedía continuar. Las escaleras del sótano estaban bloqueadas de la misma forma, así que tuvieron que forzar la ventana de la segunda planta para entrar y descubrir habitaciones y escaleras llenas hasta el techo de cajas, papeles y trastos.
Fue en torno al mediodía cuando dieron con el cadáver de uno de los hermanos, era el de Homer. La noticia de la muerte causó sensación y apareció en la portada de los principales periódicos de la ciudad. En sus páginas interiores, unos periódicos describían a Homer con barba, otros con bigote y otros sólo destacaban que vestía andrajos. Pero quedaba claro que hacía como mínimo tres días que no comía, antes de morir por una combinación de inanición, deshidratación y un ataque al corazón. La noticia atrajo a la puerta de la casa cientos de curiosos, que miraban asombrados los montones de basura que se acumulaban en la puerta.
Los limpiadores siguieron buscando al hermano. No fue una tarea fácil ya que el edificio parecía macizo, relleno de multitud de trastos y basura. Según el Times, sólo del vestíbulo de la primera planta se retiraron 19 toneladas de ruinas. Se sacaron unos 2.500 libros de la biblioteca legal de Homer. En medio de cientos de toneladas de basura, encontraron algunos retratos familiares al oleo, catorce pianos (uno de ellos, supuestamente, regalo de la reina de Inglaterra), candelabros, tapices, bicicletas oxidadas, alfombras orientales, maniquís, cinco violines, dos órganos, media docena de trenes de juguete, una antigua máquina de rayos X, dos rifles, tres revólveres, munición y un diploma escolar de Langley por buena conducta y puntualidad de abril de 1895.
Si bien una buena parte de los trastos eran objetos relacionados con la práctica médica de su padre, una parte importante estaba formada por los objetos que durante años Langley había ido recogiendo de la basura.
La propia casa se encontraba en un estado de conservación lamentable al no haberse llevado a cabo ningún tipo de mantenimiento durante años. El tejado tenía goteras, muchos muros estaban desconchados y otros se habían derrumbado.
En total, hasta el 3 de abril se habían retirado ya 51 toneladas de basura y objetos. Pero seguía sin haber rastro del hermano que faltaba, al que, por cierto, había numerosas personas que afirmaban haberlo visto no sólo en alguna parte de la ciudad, sino hasta en nueve estados distintos. La policía especuló con la posibilidad de que Langley se hubiera marchado antes de la misteriosa llamada y que, por tanto, la muerte de Homer hubiera sido debida a la desatención.
Finalmente, el 8 de abril los limpiadores dieron con el cuerpo de Langley. Estaba a no más de 3 metros de donde habían encontrado el de Homer. Había quedado sepultado bajo una maleta y tres enormes fajos de periódicos. Langley había quedado atrapado en uno de sus túneles al activar accidentalmente una de las trampas que el mismo había colocado. Según parece, llevaba la cena a su hermano. Era de su cadáver de donde emanaba el hedor que llegaba hasta la calle.
El 9 de mayo, el ayuntamiento después de haber retirado unas 130 toneladas de material diverso de la mansión, entre los que se incluían 25.000 libros, ordenó su demolición por haberse convertido en un peligro público. La fortuna de los dos hermanos que incluía propiedades inmobiliarias por valor de unos, unos 2.000 en ahorros y unos 4.000 en artículos personales como joyas y efectivo ascendía unos 90.000 dólares de la época, el equivalente a 1.200.000 actuales, antes de descontar los impuestos pendientes. Fueron cuarenta los familiares que reclamaron una parte de este dinero, aunque no queda claro si la recibieron.
Algunos de los objetos más extraños que se encontraron en la casa fueron exhibidos en el Hubert’s Dime Museum, junto a las otras “maravillas humanas” del museo. El objeto central de la exposición dedicada a los hermanos era la silla sobre la que Homer había sido encontrado muerto. Años más tarde, la silla cambió de manos y fue adquiriendo una fama de ser un objeto maldito a causa de las desgracias que había traído a los hermanos. Aunque dicha maldición pareció no importar al coleccionista de curiosidades de Orlando que la y hoy segue siendo su propietario.
Enlace permanente a Los hermanos Collyer, los ermitaños de Harlem
+posts:
- La casa encantada de los Winchester
- La matanza de la escuela de Bath
- Florence Foster Jenkins, una diva a lo “Ed Wood”
- El hombre que dejó de ser Phineas Gage
- El inventor del rayo de la muerte
- Folie à deux, cuando la locura es cosa de dos
+info:
- Hermanos Collyer en es.wikipedia.org en.wikipedia.org
- The Shy Men in Time Magazine
- The Collyer Brothers in New York The Sun
- The Collyer Brothers of Harlem in New York Press
- Former site of the Harlem House Where the Collyer Brothers Kept all That Stuff in The New York Times
- Ghost Story, The Collyer Brothers in Daily News"
Que historia tan interesante! Nunca la habia escuchado, y fijate por donde, ademas, bien escrita y bien hilvanada.
ResponderEliminarUn buen post, entretenido y con buenas fotos.
Un saludo,
El Mar.