martes, 7 de septiembre de 2010

Los godos y su pasión por los regicidios

Los godos y su pasión por los regicidios: "

A caballo entre dos grandes imperios, romano e islámico, ocuparon la península durante tres siglos (414-711). No fueron, en contra de lo pensado, un pueblo especialmente cruento o violento si lo comparamos con sus antecesores o sucesores, bueno… les distinguía “su pasión por los regicidios” fácilmente comprensible por ser, la goda, una monarquía electiva y no hereditaria; por tanto, las luchas de poder entre las distintas facciones eran encarnizadas y solían terminar con algún rey muerto o, en el mejor de los casos, tonsurados – práctica que les impedía reinar -.


Como muestra, algunos ejemplos:


  • Ataúlfo, primer rey hispánico, fue asesinado por un esclavo llamado Dubius. Existen dudas sobre si fue inducido o pagado por una facción visigótica rival o por el emperador Honorio, hermano de Gala Placidia (secuestrada por Ataúlfo).
  • Sigerico, asesinado a los 7 días de su reinado por los seguidores de Walia, hermano de Ataúlfo.
  • Turismundo, estrangulado por sus hermanos Teodorico y Frederico.
  • Teodosio II, murió a manos de su hermano Eurico.
  • Amalarico, fue asesinado en una iglesia de Barcelona por los partidarios de Teudis.
  • Teudis, fue acuchillado por un loco pero todavía tuvo tiempo de salvarle la vida a su asesino – quizá tuvo remordimientos al recordar que el mismo había ordenado la muerte de Amalarico -.
  • Teudiselo, era asesinado tras emborracharlo en un banquete por la facción de Ágila.
  • Ágila, murió tras la guerra civil contra Atanagildo auxiliado por los bizantinos.
  • Liuva II, fue ejecutado por Witerico.
  • Witerico, envenenado en un banquete en Toledo.
  • Tulga, tuvo suerte y fue destronado sin derramamiento de sangre. Fue tonsurado tras narcotizarlo en un banquete.
  • Wamba, corrió la misma suerte que Tulga y se retiró a un monasterio.

Aunque seguramente habrá más casos escondidos tras “causas extrañas”, también hay reyes que fallecieron por causas naturales, e incluso a edad muy avanzada: Teodorico, Chindasvinto… Así que, ya sabemos de dónde viene esa larga lista de los reyes godos cuyo aprendizaje acarreó a muchos estudiantes – cuando se enseñaba en el colegio – quebraderos de cabeza.


Fuente: La aventura de los godos – Juan Antonio Cebrián


Los godos y su pasión por los regicidios escrito por Javier Sanz en: Historias de la Historia



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La gran tormenta solar de 1859

La gran tormenta solar de 1859: "

Southern Cross


El 2 de septiembre de 1859 el Southern Cross, un clipper de tres mástiles y 170 pies, se enfrentaba a un tremendo temporal frente a las costas de Chile. El granizo y las olas no daban tregua a los esforzados marineros que intentaban capear el temporal.


Tras varias horas de pesadilla, cuando la tormenta amainó, los marineros observaron con horror que estaban navegando en un océano de sangre. Al levantar la vista descubrieron la razón, a través de las nubes podía verse que todo el cielo estaba bañado de rojo.


Se trataba de una aurora austral, un fenómeno relativamente frecuente al sur del Círculo Polar, pero muy extraño en la latitud a la que se encontraba el navío. El espectáculo no se limitaba al cielo, en el propio barco aparecían halos alrededor de los mástiles y los penoles, pero este fenómeno resultaba mucho más familiar para los marineros, se trataba del fuego de San Telmo, una descarga eléctrica debida a la gran diferencia de potencial entre dos objetos.


Al llegar a puerto supieron que la aurora se había visto prácticamente en todas partes, hasta en el Caribe. Incluso en el Diario de Menorca encontramos una referencia a este fenómeno:


Anteayer a hora avanzada de la noche vio una persona fidedigna dos auroras boreales, que si bien eran mas diminutas que la que vimos años atrás no dejaron de causar un efecto maravilloso.—J. Hospitaler, ‘Diario de Menorca’ – Año 2 Número 237 (04/09/1859)


Un día antes del avistamiento auroral del Southern Cross, Richard Christopher Carrington, un astrónomo aficionado inglés de 33 años, estaba realizando un boceto de las manchas solares en su observatorio de Redhill, Surrey.


Richard Carrington, Manchas solares, 1859


A las 11:18 observó un estallido de luz blanca que parecía salir de dos puntos del grupo de manchas, el fenómeno aumentaba de intensidad y adoptaba una forma parecida a la de un riñón. Carrington se dio cuenta inmediatamente de que estaba siendo testigo de algo fuera de lo común, así que salió disparado de su observatorio para encontrar a alguien que confirmara la observación. No tuvo suerte, no había nadie en la casa en aquel momento. Cuando volvió, apenas un minuto después, vio que las luces se estaban debilitando, así que anotó con precisión la hora y el lugar donde de donde partió la fulguración y siguió observando durante varias horas más, a pesar de que el Sol ya había recuperado su aspecto habitual.


Simultáneamente Balfour Stewart había anotado una alteración del magnetómetro instalado en los Kew Gardens de Londres. La tormenta magnética no sólo afectó a los instrumentos de precisión de los observatorios, de todas partes llegaban noticias de problemas en las líneas telegráficas, algunas oficinas de telégrafos se habían incendiado y en otras los telegrafistas resultaron heridos.


Carrington sospechó que debía existir una relación entre la actividad solar y la tormenta geomagnética del día siguiente. En realidad Carrington fue el primer testigo de una eyección de masa coronal, una onda de radiación y viento solar que suele producirse en los períodos de máxima actividad solar.


En la actualidad sabemos que las manchas solares, la actividad magnética y otros fenómenos similares siguen un ciclo de 11 años. El último ciclo comenzó en enero de 2008 y en los próximos años se espera que la actividad solar aumente, de hecho ya debería haberlo hecho, estamos asistiendo a un período particularmente largo de “sol tranquilo”.


Los registros de hielo obtenidos en la Antártida parecen evidenciar que un fenómeno de estas características tiene lugar por término medio cada 500 años, la última gran aurora que se pudo ver en España tuvo lugar en plena Guerra Civil.


La tormenta geomagnética de 1859 se produjo en los albores de la era eléctrica, apenas había circuitos eléctricos aparte del telégrafo. En la actualidad una tormenta de estas características tendría unas repercusiones desastrosas: las perturbaciones afectarían a los satélites artificiales, a las redes eléctricas y a las comunicaciones por radio y televisión.

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