lunes, 19 de julio de 2010

Erase una vez, una cárcel feliz

Erase una vez, una cárcel feliz: "

Detrás de los muros de piedra sombríos de una antigua prisión de la región de Normandia, se acumulaban, ladrones de gallinas, estafadores y borrachos en su mayoría carentes de imaginación. Su vida en esa prisión era tan triste como sus crímenes, hasta que una tarde calurosa de julio un nuevo director se hizo cargo. Fue la transformación en un nuevo estilo penitenciario de los alegres muchachos de la cárcel feliz.



Todo comenzó en mayo de 1946, cuando Fernando Billa, modesto funcionario carcelario con apariencia de senador romano, llegó a Pont-l´Eveque, pequeña localidad de la Normandía, para asumir las funciones de alcaide de la prisión del distrito. Dominado por una sed insaciable, Billa no podía concentrarse en la administración de la cárcel…,pronto Pont-l´Eveque se acostumbró a ver el nuevo carcelero rodando de café en café en busca de otra copita de calvados, aguardiente de sidra de doble destilación, típico de la zona.


Dentro de la cárcel, los desatendidos registros y la correspondencia sin abrir se acumulaban sobre la mesa de Billa,  además de los 50 reos que se encontraban descuidados por completo. Más que prisión parecía un antiguo campo de concentración abandonado a la desíria.


En medio de este desquiciamiento increíble llegó por fin un ángel salvador, un hombrecillo redondo, calvo, con una sonrisa traviesa llamado René Grainville, un personaje con ojillos de mirada entusiasta detrás de sus enormes anteojos de armazón. Había sido contador, periodista, héroe de la resistencia, poeta y filósofo, pero un asuntillo de falsificación y desfalco le había valido una condena de dos años.



No había transcurrido una hora de su llegada y ya Grainville tenía medida la naturaleza dócil y sedienta de Billa, se escurrió del calabozo, entró en la oficina y le ofreció dos botellas de pastis además de sus servicios como bibliotecario de la prisión….Billa quedó impresionado, “este hombre es un intelectual“, “voy a ponerlo a cargo de la oficina“, comentó a uno de sus guardianes.


El concepto en que Grainville tenía su utilidad para la prisión era aun más grandioso…


Una vez en la oficina se sentó junto al escritorio de Billa, al observar las montañas de papeles desordenados le comentó, “Ahora lo primero que necesito es dominar bien su firma para que usted tenga la suerte de no molestarse firmando estas cosas…“.Grainville practicó la firma mientras Billa lo observaba fascinado. “Formidable“, era todo lo que atinaba a decir. “no se preocupe yo arreglaré todo su papeleo“.


Esa noche Billa cumplió su habitual recorrido por los bares de la aldea con el corazón contento, por fin las cosas estaban en manos de una autoridad entendida en la materia….Lo estaban, sin lugar a dudas. Tras repasar brevemente el Reglamento de Penitenciarías, Grainville lo arrojó al cesto de papeles e instituyó su propio reglamento.


En primer lugar, eligió como sus ayudantes a los presos que tenían lo que él calificaba de posición, esto es, cierta cantidad de dinero y una especialidad útil.


Con un carnicero convertido en ladrón de automóviles, a cargo de la cocina, un tabernero especializado en la colocación de mercaderías robadas al frente de los vinos y licores y un ex-hotelero conocido por Jorge el Tiburón, condenado por asalto y robo, encargado de pedir afuera los manjares que los reclusos bien dotados podían pagar, pronto reinó una abundancia organizada en el departamento de abastecimiento. Todas las restricciones con respecto a jugar a las cartas, fumar y beber fueron abolidas. A un  sastre carterista se le encargó el cuidado de las ropas. Una conexión telefónica con un corredor de apuestas en la vecina localidad de juego de Deauville prestaba servicio a los jugadores en las carreras de caballos.



Casi de la noche a la mañana, y bajo la dirección revolucionaria de su nuevo huésped-administrador, la cárcel de Pont-l´Eveque asumió las características de un pequeño hotel familiar. Ciertos lujos costaban dinero, desde luego,…la langosta, los vinos de marca, el diario de la mañana junto con el desayuno, el resto de los servicios corrían por cuenta de la casa.


Habían circulado las nuevas de las comodidades de la pequeña cárcel, y los delincuentes que cumplían penas en otras prisiones se dieron a la tarea de conseguir traslado para la de Grainville. En marzo de 1949 ingresó un reputado asaltante y perito en fugas, un tal Pierre Noire, el cual había confesado un delito en Normandía del que no era protagonista, simplemente para obtener el traslado desde una enorme y hermética prisión de París a un lugar sin tanto formalismo. Durante un mes el astuto Noire permaneció, pero la costumbre de toda la vida pudo más y se dio a la fuga. No ciertamente por la puerta principal, que por lo demás estaba abierta, sino conforme a la tradición clásica,…limó los barrotes de la ventana y se deslizó con una cuerda, a fin de no causar dificultad y molestia a su amigo el alcaide.


Era realmente conmovedora la forma en que los presos cuidaban del bienestar de Billa. Una vez salieron tarde en la noche, en busca del errabundo alcaide de ronda, para traerlo salvo a casa en una carretilla. Asimismo en más de una ocasión, cuando los guardianes se demoraban en algún asuntillo propio, los mismos presos se encargaban de marcar los relojes registradores. Existía un gran compañerismo….Una extraña prisión donde los presos no estaban presos, el carcelero no encarcelaba y el inspector del distrito no inspeccionaba.



Claro que con el tiempo, los vecinos empezaron a reparar que los presos andaban a sus anchas por las calles de la aldea y tomando copas por los bares. Uno de los primeros en advertirlo fue un abogado que, al presentarse en la cárcel para conversar con un reo, recibió esta respuesta de un guardián, “Aguarde un momento, veré si está“,…no estaba.


Cuatro largos y placenteros años duró la cárcel feliz sin ser denunciada. Los aldeanos no lo hicieron, según explicaron más tarde, porque no era asunto suyo, incumbía a los magistrados, además le tenían lastima a Billa, “era tan gentil“, “era incapaz de matar una mosca“. Por otra parte, muchos de los aldeanos abastecían la prisión de mercancías, combustible y artículos de lujo, si sobrevenía el escándalo, podrían clausurar la cárcel y con ello terminaría el negocio.


El Ministerio de Justicia francés, justamente hipersensibilizado con el asunto, clausuró la prisión en enero de 1950, de modo que el pobre viejo Billa hubo de ser procesado y condenado a tres años por negligencia. A Grainville en su papel de filántropo que él mismo se adjudicó, cuando el jurado lo acusó de haber falsificado más de 300 veces la firma de Billa, explicó tranquilamente,…“Me he esforzado siempre por satisfacer a mis patronos“.


Extraído de una de los libros colecciones 1963, del baúl,…completamente destrozado.


Más información en Time, en Creative acction y en Philippe Poisson


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